Mejor y más barato: Tecnología que no respeta fronteras
La parte más difícil de las inversiones es que uno siempre tiene que lidiar con el futuro. Con lo que conocemos hoy, tenemos que imaginarnos lo que puede llegar a pasar mañana. Hacer el esfuerzo rinde sus frutos (quien mejor lo imagine, mejores rendimientos tendrá), pero no es una tarea sencilla y por eso me […]
Por Sebastian Ortega

La parte más difícil de las inversiones es que uno siempre tiene que lidiar con el futuro. Con lo que conocemos hoy, tenemos que imaginarnos lo que puede llegar a pasar mañana. Hacer el esfuerzo rinde sus frutos (quien mejor lo imagine, mejores rendimientos tendrá), pero no es una tarea sencilla y por eso me gustaría contarlo con ejemplos.

Hoy estoy escribiendo desde Moscú, Rusia. Manejarse por acá tiene varios desafíos por las diferencias idiomáticas, culturales, climáticas, etc. pero para cada dificultad, hay una tecnología que la supera. Es tecnología que hoy es nada menos que indispensable pero que, en la mayoría de los casos, no existía hace 5 años. Los financiadores de esta tecnología (y ganadores en términos económicos) son los inversores que supieron imaginar un mundo parecido al de hoy y apostaron por ello. Nuestra tarea ahora es invertir en aquellas empresas que mejoren nuestro paso por la vida en los próximos años. Para compartir lo que eso significa, le resumo una sucesión de experiencias de este viaje que no hubieran sido posibles si un inversor no apostaba por ello unos años atrás.

El comienzo

Me acuerdo que estaba con un amigo en un bar de la Ciudad de La Plata, cuando hablábamos de este posible viaje, hasta que, para sacarnos algunas dudas, abro el celular para investigar un poco más.

Lo primero que hago es ver las opciones de vuelos a través de Expedia. Había un viaje que me quedaba perfecto para salir el día después del balotaje argentino. Pero me agarró el apuro cuando vi que quedaba un solo lugar disponible. No sé si se trataba de un truco de ventas, o realmente quedaba el último lugar, pero como Expedia permite cancelar sin costo por las siguientes 24 horas, me animé a reservarlo. Como tenía mis datos pre-cargados, el trámite me llevó poco más de 10 segundos en completarlo… desde el celular… desde el bar.

Lo siguiente más importante era decidir dónde alojarme. Lo primero que se me vino a la mente fue buscar en Booking (reserva de hoteles). Pero mi amigo me habló muy bien de su experiencia por AirBnB (renta de departamentos por día, tercera startup mejor valuada: USD 26.000 millones). La sorpresa fue increíble: la variedad de oferta era más amplia que lo que imaginaba, y en promedio costaba un 50% menos que la alternativa hotelera. Las calificaciones y recomendaciones son la base de la plataforma. Uno puede saber rápidamente porqué conviene un departamento u otro. Tardé 15 minutos en seleccionar el lugar, y 1 minuto en completar la reserva… desde el teléfono… desde el bar. Mayor espacio a menor costo… es un combo irresistible. Será por eso que hace un mes, Expedia compró a HomeAway (el competidor de AirBnB) por USD 3.900 millones.

La llegada

Hay cosas que, hasta que uno las vive, se hace difícil dimensionarlas. Cuando llegué, me tenía que enfrentar a 2 tremendos problemas: el clima y el idioma. Con una temperatura promedio de -10°C (10 grados bajo cero) y nevando todos los días, se hacía difícil moverse de un lado al otro de la ciudad. No bastaba con usar un “Ushanka” (típico sombrero ruso de invierno). Cada paso tiene que ser cuidadosamente planificado antes de aventurarse a algún lugar. Cuanta más información y ayuda de antemano, mejor. Pero desafortunadamente, el inglés no es un idioma muy manejado por acá… mucha gente no conoce una sola palabra. Hablar con inversores y emprendedores es más fácil porque están habituados a trabajar con extranjeros, pero en la calle, sólo se habla ruso. Además, el idioma es tan distinto (es de origen eslavo, tiene otro alfabeto), que no había tiempo de aprenderlo en un tiempo razonable. Sólo quedaba recurrir a la tecnología.

Lo primero que usé fue el Word Lens, una aplicación que hace traducción con realidad aumentada. Funciona así: uno ve un cartel que dice “Выход”. Pero si lo ve nuevamente a través del teléfono, puede verse el mismo cartel con el mensaje traducido. Lo mismo puede hacerse con el menú de un bar, o con los subtítulos de la televisión. Esta aplicación ya no está disponible porque fue adquirida por Google en el 2014 para incorporar sus funcionalidades al Google Translator (aunque para tener disponible el ruso hay que seguir usando el viejo Word Lens).

Un día como cualquier otro

Ya en mi segundo día, tenía un almuerzo con el administrador de un fondo de inversión local. Tenía dudas sobre cómo ir, pero aproveché para ver cómo funcionaba el servicio de Uber (si nos viene leyendo, ya sabe todos los detalles internos de esta compañía, entre esos, que es la startup mejor valuada: USD 51.000 millones). No tenía tiempo para perder. Pido el auto mientras termino de acomodarme, y en menos de 1 minuto suena mi celular para avisarme que ya estaba Mijail, el chofer, en la puerta. Cuando salgo, encuentro un hombre perfectamente bien arreglado, de guantes blancos y ushanka, al costado de un auto negro impecable, como sin importarle que estaba en medio de una nevada, esperando para abrirme la puerta del pasajero. Definitivamente nada de eso era necesario para viajar de un lado al otro, pero la experiencia no dejaba de sorprenderme.

Mijail ya sabía mi destino: yo lo había cargado en mi propio idioma en la aplicación, y él recibió las instrucciones en ruso. La aplicación me mostraba el recorrido que tendríamos que hacer y me permitía notificarle mi horario de llegada con Alex, la persona con la que me iba a encontrar. La experiencia del servicio fue excelente. Tanto para solicitar el viaje como la información brindada durante el trayecto. El costo es el mismo que el de un taxi normal, esto incluía el acceso a Internet de alta velocidad por Wi-Fi provisto por el auto y el cablecito para ir cargando el teléfono durante el viaje. Además, ya sentía que conocía a Mijail desde siempre. Es decir, más servicio y más calidad por el mismo precio (ya hablamos alguna vez de la contracara de estas bondades en este artículo). Si el usuario quisiera ahorrarse parte del costo del viaje, en Moscú ya está habilitada la opción de “Dividir tarifa” es decir, que si alguien cerca de mi casa, va hacia algún lugar cerca de mi destino, entonces podemos compartir el auto y luego dividir la tarifa entre los distintos pasajeros. En Moscú, están funcionando las versiones de UberX (estándar) y Uber Black (de lujo). En horarios pico, cuando normalmente hay escasez de autos, la aplicación ofrece la opción de pagar una tarifa más cara (varía de acuerdo a la demanda del momento) para quien esté dispuesto a pagar un poco más por no esperar. Así se va generando una especie de subasta por el precio para quien no tiene la opción de demorarse.

Pero volviendo al tema, ocurrió que el chofer sí tuvo la intención de preguntarme algo que no estaba previsto en la aplicación (parece que no percibió que yo no hablaba ruso). Sin sobresaltos, abrí el teléfono, activé la opción de “traducción por voz en tiempo real” del traductor de Google, y de repente, todo lo que él hablaba, yo lo escuchaba, casi en simultáneo, en español. No era una traducción perfecta, claro, pero servía para entenderse bien. Así, me pudo consultar si quería que me esperara en el lugar de encuentro para traerme de vuelta. Mientras yo contestaba en español, mi teléfono pudo decirle en ruso que “no era necesario”. Llegamos al destino, le agradecí con un muy entrenado “Спасибо” (gracias en ruso), y me fui. La aplicación se encargó luego de debitar el viaje de la tarjeta de crédito.
Con Alex tuvimos una muy buena reunión. Los rusos son algo distantes al principio, pero muy cálidos cuando entran en confianza.

Al igual que en la mayoría de los restaurantes, las personas que trabajaban allí tampoco hablaban inglés. Sin embargo, eso no fue un problema. Las reservas las hicimos unos días antes usando la aplicación OpenTable. A la hora de elegir qué comer, los menús eran nada menos que iPads en donde uno podía seleccionar el idioma de preferencia. No sólo servía para decidir, sino que uno iba armando la selección de comida que iba directo al sistema de cocina. El mozo sólo se acercaba para traer o retirar los iPads cuando era necesario (y la comida, claro!).

A la hora de pagar, aproveché para estrenar mi nueva tarjeta de débito Xapo, cuyo importe se debita directamente desde mi cuenta de bitcoins. El mozo nunca percibió que yo estaba perplejo en ese momento con lo que estaba ocurriendo. Estaba haciendo un pago con una tarjeta que no había sido emitida por ningún banco (Xapo es la startup del argentino Wenceslao Casares) y la había precargado enviando bitcoins que adquirí con el servicio de Ripio en el Pago Fácil que quedaba a la vuelta de la oficina, ¡a unos 15.000 kilómetros de ahí! Para mí significaba el principio del fin del monopolio de los bancos para el otorgamiento de tarjetas. El primer martillazo que empezaría a derribar el muro de Berlín. Claro que esta posibilidad existe desde hace un par de años, y desde entonces son varios los que predicen un nuevo orden en la industria financiera (puede ver el artículo que escribimos sobre el tema a principios de este año). Pero vivirlo en el día a día, es una experiencia incomparable. Lo revolucionario del bitcoin no es que pueda ser considerado como un sustituto de la moneda tal como hoy la conocemos, sino que lo importante es la tecnología bajo la cual subyace: el famoso “blockchain” que hace que el bitcoin, per se, no exista, sólo existe una base de datos de billeteras con historiales. Bitcoin es apenas el primer caso de éxito de la tecnología blockchain que va hacia un cambio radical en múltiples aspectos de nuestra vida cotidiana, como la firma de contratos, la compra-venta de propiedades, acciones de la bolsa, etc. pero este es un tema que vamos escribir con más profundidad en otros artículos. Lo importante es que, hasta el momento, no fue necesario contar con Rublos (moneda rusa) para manejarme en el día a día.

El final del día

Después de terminar las reuniones del día, había llegado el momento de lo social. Por suerte tenía un par de amigos locales que me enseñaron los lugares a donde concurren los moscovitas, que no son necesariamente los que están al alcance del público extranjero. Eran como los “speakeasies” (bares clandestinos) de Nueva York que funcionaban durante la ley seca, en donde se escondían los bares que vendían alcohol detrás de, por ejemplo, una florería, que era usada como fachada. En este caso, fuimos a un modernísimo club que se escondía en el sótano de un muy pequeño y maltratado negocio de comida china al paso. En otras palabras, es una de esas pocas cosas que no se podía localizar por Internet. Fue tan difícil de entrar (contraseña de por medio y un estricto “face-control” donde el portero decide a quien dejar pasar) que uno podría imaginar que algo completamente extraordinario pasaba allí adentro. Sin embargo, una vez allí, la mayor parte de la gente estaba dedicada exclusivamente a interactuar con su teléfono. Es que, en una ciudad con 12 millones de habitantes, nadie se conformaba con limitarse a conocer a sólo un par de las 100 personas presentes en el lugar; por eso, usaban Tinder para conocer personas nuevas en su misma ciudad, y Happn por si no llegaron a hablar con quienes hubiesen querido. El aspecto social también se había tecnologizado por completo. Una de las señales del éxito de estas aplicaciones es que hace pocas semanas salió a cotizar en bolsa Match Group, la dueña de Match y Tinder.

Un día más tarde, mi hermano me comparte un audio que su hijo había grabado por WhatsApp para pedirle el regalo de navidad a Papá Noel (al parecer no tenía la aplicación “Call Santa Claus” que hace llegar el mensaje en forma más directa que por WhatsApp).

Sobre estas aplicaciones hablaban los inversores unos 3 o 4 años atrás. No es tecnología nueva, es tecnología arraigada. Estar sin smartphone es cada vez más limitante, principalmente para las nuevas generaciones. Hay muchas más tecnologías, para muchos más usos. El desafío hoy es identificar aquellas compañías que desarrollarán los productos y servicios que significarán esto mismo en los próximos 5 años, para invertir en ellos hoy.

до свидания!!

Себастьян

Sobre el autor

Sebastian Ortega

Sebastian Ortega

CEO Grit Invest

Doctor en Dirección de Empresas y Máster en Dirección de Empresas de la Universidad del CEMA, con especialización en Fusiones y Adquisiciones en la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard (EE.UU.) y especialización en Value Investing en la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia (EE.UU.)
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