Hace apenas un par de meses, no hablábamos de otra cosa que de la turbulencia bursátil provocada por la desaceleración china y la drástica baja en el precio del petróleo. Hoy, las bolsas recuperaron todo el terreno perdido, y sin embargo la economía china y el petróleo siguen igual. ¿Será que a veces ni siquiera sabemos los verdaderos motivos por los que se mueve el mercado? O peor aún… ¿Entendemos verdaderamente los problemas por los que nos preocupamos?
Estoy escribiendo esto desde el avión que me lleva desde Shangai (China) hacia Tokio (Japón) después de haber pasado un tiempo en ambas ciudades. Como reflexión, me llevo que, en realidad, desde Occidente no conocemos prácticamente nada sobre el país que nos hizo sufrir a comienzos de este año. Los chinos tampoco conocen mucho sobre nosotros. Por un lado, China es un mundo en sí mismo. El Mandarín es la lengua que más personas hablan en el mundo (más de 1.000 millones de personas), mientras que el inglés es hablado por 400 millones de personas de varios países. Pero, por otro lado, los chinos conocen poco sobre nosotros porque hay un estricto control sobre la información que tienen disponible. Para que se dé una idea, desde China está bloqueado el acceso a los principales servicios de Google como el buscador, Gmail, YouTube, etc. así como no pueden acceder a Facebook, Twitter, ni muchos otros servicios que forman parte del día a día de la mayoría de los occidentales (puede encontrar una lista más extensa aquí). ¿Qué pasa realmente? ¿Cómo se puede convivir con eso? Le cuento mi experiencia.
Confieso que cuando estaba en camino hacia China, había pocas ideas que se me venían a la cabeza: la Gran Muralla china, los barrios superpoblados, la política del hijo único, las manufacturas baratas, y una serie de símbolos indescifrables que intentaban decir algo (nombres, indicaciones, anuncios, etc.) pero que no bastaban 3 vidas para poder aprender lo que significaban. No estaba preocupado. En pleno 2016, confiaba en que la tecnología vendría a mi rescate como en la experiencia de Rusia que contamos aquí.
Pero cuando llegué al aeropuerto, encontré mi primera dificultad: los teléfonos que normalmente se fabrican fuera de China no soportan muchas de las frecuencias de las señales que proveen Internet. Eso significa que la conexión a Internet estaba destinada a ser débil y/o intermitente, a menos que uno se compre un teléfono local. – “No hay problema!”, pensé, – “No pretendo ir descargando videos por la calle”. Cuando llegué a Beijing después de 32 horas de avión, quería revisar los mails y estudiar los recorridos urbanos en el mapa. ¡No funcionaba nada! Me sentía confundido. Pregunto en la sección de informes en el aeropuerto, y me tomó unos 10 minutos digerir lo que estaba escuchando: casi ninguno de los servicios tecnológicos que usaba estaban disponibles desde el territorio chino. En esos 10 minutos estuve imaginando cómo serían 10 días ausente del mail en forma imprevista. Con la pista de un asistente piadoso, me dijeron por lo bajo que necesitaría “instalar una VPN” (Red Privada Virtual), que es una suerte de servicio que “engaña” a Internet para hacerle creer que en realidad estamos en otra ubicación (ej: Hong Kong), y así saltear los bloqueos gubernamentales a estos sitios occidentales. Afortunadamente, instalar una VPN no está prohibido, por tanto tenía un modo alternativo de conectarme a lo que suelo usar. Lo primero que hice, fue usar Google para entender lo que estaba pasando (desde Baidu hay mucha información que no sale en los resultados de búsqueda).
Fue entonces cuando me enteré que desde 1998 existe un control estricto de la información a la que se puede acceder libremente desde el país con más habitantes del mundo. ¿Cómo hacen los chinos para vivir sin todo eso? Bueno, no prescinden de tales servicios, sólo cambian de proveedor. Resulta que hay una serie de empresas chinas equivalentes a las occidentales que brindan prácticamente lo mismo, pero en una versión adecuada al estilo chino:
Google no está permitido, pero existe Baidu.
- Los mapas de Google no están permitidos, pero están los mapas de Baidu. No hay información de comercios cercanos ni rutas recomendadas (a menos que uno pueda entender chino).
- YouTube no está permitido, pero existe Youku (adquirido recientemente por Alibaba en casi USD 5.000 millones).
- Facebook no está permitido, se usa WeChat (una mezcla de WhatsApp, Facebook e Instagram)
- Uber no está permitido (aunque funciona ilegalmente) pero existe Didi Kuadi, que tiene el modelo de EasyTaxi, es decir, no es una red de autos particulares, sino una aplicación para pedir taxis convencionales. Sin querer ahondar en la polémica hoy (ya la vamos a tratar la próxima semana) la calidad del servicio para un extranjero es preocupante. Los taxistas normalmente no reconocen el alfabeto occidental, por tanto, si uno quisiera indicar una dirección de destino, debería tenerla escrita en chino. Los hoteles ofrecen folletos con direcciones frecuentes con traducciones al chino y hay emprendedores que simplemente se dedican a traducir direcciones para facilitarle la vida al pasajero (yo tuve que contratar este servicio). Aún así, los taxistas se rehúsan a pasar un eventual momento incómodo con extranjeros por no poder entenderse, así que optan por no levantar a estos pasajeros. Se vuelve frustrante ver taxis libres y que no se detienen cuando uno los llama (y sí a los demás).
Los negocios tecnológicos (o de Tecnología de la Información) chinos crecen a tasas exorbitantes. No sólo porque su mercado interno es uno de los más grandes del mundo (número 1 en población y número 2 en Producto Bruto Interno), sino que además los principales competidores occidentales tienen prohibida la entrada. La mayoría de los comercios pequeños no aceptan medios de pagos occidentales (ej: tarjetas de crédito), pero todos aceptan AliPay.
Como usuario, se requiere de adaptarse a varios cambios para poder trabajar y vivir con la tecnología. Prácticamente, hay que empezar de nuevo, y con todos los servicios en idioma chino.
Mientras dejaba Shangai atrás, pensaba que la Gran Muralla, la superpoblación o las manufacturas baratas, era mucho menos importante que lo que terminé encontrando. Lo que me cambió realmente fue encontrar un mundo que no sabía que existía, y que requiere de mucho tiempo para entender cómo funciona. Mucho más, si uno quisiera invertir allí, o estimar la influencia que ejerce el país asiático en el resto del mundo.
Sigo pensando en que, en el primer trimestre del año, muchos inversores vendían sus acciones temiendo por la evolución de China, guiados más por el contagio que por la comprensión. Quien se dió cuenta, tuvo una gran oportunidad de comprar barato a finales de Febrero. Espero que usted haya estado entre ellos!
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