Hace poco vivimos una situación extraña. Algo que nos dejó sorprendidos desde varios aspectos: cómo un emprendedor se da cuenta felizmente que tiene un negocio más grande que el que pensaba, y hasta cómo se maneja con una situación que no esperaba. Hace unos meses estuvimos de viaje por Estados Unidos para reunirnos con startups de muy buen potencial y tuvimos la posibilidad de conocer a una en particular que tenía lo estábamos buscando: un equipo excelente, base en Estados Unidos, y una propuesta innovadora (y muy útil) sobre un mercado increíblemente grande.
Poco tiempo después, llegó el día en que se lanzó la ronda de levantamiento de capital por parte de inversores privados. Interesados en participar como inversores, comenzamos a tener reuniones periódicas con los fundadores para evaluar la posibilidad. No fue sólo un trabajo nuestro: los emprendedores se tomaron seriamente el trabajo de estudiar nuestro perfil, nuestro portafolio de empresas, estudiaron a los fundadores de cada una de ellas, y fundamentalmente evaluaron la capacidades que teníamos para ayudarlos en sus próximos planes más allá del aporte de dinero. Todo tenía sentido: si las cosas avanzaban bien, nos convertiríamos en los principales inversores de esta startup y nuestras conversaciones marcarían los términos que los inversores más pequeños deberían adoptar.
Las reuniones concluían con buenos resultados. Habíamos formado un equipo conjunto de personas que trabajaban sin pausa para avanzar con la inversión en tiempo y forma. De a poco, nos fuimos acercando sin obstáculos al momento cumbre. Tuvimos la suerte coincidir en San Francisco para el día en que había que dar el último paso. El último email lo intercambiamos un jueves, con todo listo para cerrarlo el siguiente lunes en una reunión presencial.
Cuando nos encontramos, la reunión arrancó con un “Tengo que pedirles disculpas” de su parte y sin previo aviso. Y siguió: “El fin de semana se nos acercó uno de los principales fondos de inversión de Estados Unidos. Nos dijo que nuestra empresa estaba sub-valorada. Que ellos querían invertir reconociendo un valor más alto, aportando más capital que el que estábamos buscando porque así podríamos crecer todavía más rápido y alcanzar nuestro ‘verdadero’ potencial”. Y terminó con: “El problema es que nos pidieron la condición de ser ellos los únicos inversores. Lo siento mucho.” dijo, visiblemente incómodo.
Nos quedamos sin palabras. Eso estaba pasando apenas poco antes de concretar la inversión. Pensamos en todo lo que habíamos trabajado en conjunto para llegar hasta ahí. Pensamos en cómo una oferta tentadora puede reemplazar, en sólo un fin de semana, a una estrategia que los mismos emprendedores venían desarrollando con buen criterio a lo largo de varios meses. Pensamos en los otros inversores que eran parte de esa ronda que se deshizo 2 días antes de concluirse.
Más allá de que nos hubiese gustado participar de una empresa excelente, nos quedamos con las siguientes reflexiones:
1- Es un gran desafío estar en los zapatos de esos emprendedores.
2- Cuanto más atractivo resulta el proyecto para los inversores, más probable es que ocurran estos casos.
3- Es llamativo el comportamiento intempestivo de un fondo tan reconocido.
4- Muchas veces el emprendedor entiende el atractivo que tiene su empresa para los inversores cuando está en pleno levantamiento de capital. Es más normal encontrar emprendedores que sobre-valoran lo que tienen, pero casos como estos, que son menos frecuentes, es maravilloso vivir lo que ocurre aunque en lugar de ellos hubiéramos tomado tomado otro tipo de decisiones.
Por último, se ve cada vez más, en mercados competitivos de inversiones en startups, que el inversor tiene hoy la necesidad de mostrar claramente por qué es el socio más indicado para que la startup alcance su máximo potencial.
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