¿Quién tiene razón?
La semana pasada le comentaba sobre uno de los casos de inversión más interesantes de los últimos tiempos: mientras la empresa del reconocido inversor Warren Buffett compraba USD 1.000 millones en acciones de Apple apostando a la suba, Carl Icahn, otro exitoso inversor, apostaba a lo contrario vendiendo sus acciones de la misma empresa después […]
Por Sebastian Ortega

La semana pasada le comentaba sobre uno de los casos de inversión más interesantes de los últimos tiempos: mientras la empresa del reconocido inversor Warren Buffett compraba USD 1.000 millones en acciones de Apple apostando a la suba, Carl Icahn, otro exitoso inversor, apostaba a lo contrario vendiendo sus acciones de la misma empresa después de haberlas mantenido durante los últimos años de subas (puede encontrar la nota aquí). ¿Quién tiene razón?

Usted dirá: “A quien le vaya mejor!”. Si en un tiempo la acción de Apple sube, entonces la empresa de Buffett hizo una buena inversión. Pero si la acción baja, entonces Carl Icahn habrá tenido razón.

Esto no es necesariamente así. De hecho, no es así. Este caso es lo que se conoce como “Sesgo por resultados” que consiste en juzgar una decisión por su resultado final en lugar de juzgarla por su calidad cuando fue realizada. Es algo así como cuando dos amigos apuestan sobre quién ganará un partido de fútbol basados en el historial de encuentros y la performance reciente de ambos. Puede ocurrir que la decisión sea razonable, pero ocurre justo lo contrario. ¿Fue entonces una mala decisión? No. Es sólo que hay factores no predecibles, algunos simplemente aleatorios, que terminan definiendo un resultado a pesar de ser “ilógico” o “poco frecuente”. Eso mismo es el riesgo.

Suele ocurrir que a veces decidimos hacer una inversión que tiene todas las condiciones para que le vaya bien, y sin embargo puede salir mal por causas imposibles de prever. A veces decidimos hacer una inversión con bajas expectativas, y resulta que le va excelente por causas imposibles de prever. Lo curioso es que cuando tenemos un resultado positivo, se lo atribuimos a “nuestra capacidad para seleccionar buenos negocios”, pero cuando sale mal, se lo atribuimos a “causas externas”. Esto es lo que se conoce como “Sesgo de atribución”, que es la tendencia a atribuir los éxitos a nuestras propias capacidades, y los fracasos a causas ajenas.

Entonces, ¿Quién tiene razón? Es decir… ¿Quién le imprimió mayor grado de “razonabilidad” a su decisión? Antes de ir a este punto, le quiero compartir una conversación que sirve de contexto.

Hoy me llamó un inversor para conversar sobre una compañía que cotiza en la bolsa de valores de Estados Unidos. Él había comprado acciones en Diciembre del 2015, y en la turbulencia de principios de año (ver más en nuestros artículos anteriores aquí y aquí) esta acción había perdido un 50% de su valor. Este inversor se mostraba sorprendido mientras me confesaba que nunca había sufrido una pérdida de tal magnitud en su vida. Cuando nos pusimos a hablar de los fundamentos de la decisión, llegamos a coincidir en que tarde o temprano esa acción recuperaría el terreno perdido y muy probablemente llegue a generar grandes ganancias. El problema es que no podíamos predecir cuándo lo haría, ni cuánto ganaría. Sólo había que tener paciencia hasta que la inestabilidad se acomode un poco, y dejar a la empresa crecer. La decisión había sido buena aunque el precio haya bajado como comentábamos anteriormente.

Pero la discusión se tornó un tanto “filosófica” cuando empezamos a hablar de la pérdida. Es decir, si el inversor medía la variación que habían sufrido esas acciones desde el día en que él las compró, podría considerarse que tuvo una pérdida. Pero si él había invertido con un horizonte de inversión de 5 años, no hubo pérdida alguna, sólo volatilidad esperable de corto plazo en medio de una tendencia alcista. Entonces, según cómo se encuadre la decisión, podría decirse que él había perdido dinero, o que simplemente estaba atravesando cierta volatilidad que le afecta aún a las grandes inversiones. Estas distintas formas de analizar la decisión, es lo que se conoce como “Sesgo de encuadre”, que consiste en llegar a conclusiones diferentes según cómo sea presentada la información.

En la misma conversación con el inversor, usamos como ejemplo lo que había pasado con Apple entre la apuesta al alza de Buffett, y la apuesta a la baja de Icahn. Y la conclusión es que ambos tomaron una decisión razonable dentro de sus propias estrategias: Icahn es un inversor que se caracteriza por especular en los movimientos de precios en el corto plazo, y apostó a vender sus acciones de Apple antes que sufrieran una baja, debido a dificultades con las ventas del iPhone en China e India. Y probablemente tuvo razón porque al día de hoy las acciones de Apple bajaron un 30% desde sus máximos. Mientras que Buffett hace inversiones mirando en el muy largo plazo (más de 15 años) en empresas “baratas” (bajo price-earnings), con mucho cash, y grandes perspectivas a futuro sin importarle lo que ocurra en el corto plazo. Bajo estos parámetros, la empresa de Buffett tomó una decisión más que razonable.

Es muy probable que ambos tengan razón: que exista un movimiento a la baja de corto plazo (de hecho, sucedió) pero que también exista un gran potencial en el largo plazo. Ambos tomaron decisiones enfocados en plazos distintos y en variables distintas. Para cada uno, su decisión tuvo mucho sentido. Lo único que resultó llamativo es que tomaron decisiones opuestas justo en el mismo momento. Tal vez, como espectadores nos vimos afectados por el “Sesgo de foco” que consiste en dar mucha más importancia a un determinado punto o aspecto de un evento, olvidándonos por un momento de la multiplicidad de estrategias que conviven simultáneamente en el mundo de las inversiones, y que muchas de ellas son razonables, aunque parezcan contradictorias.

Sobre el autor

Sebastian Ortega

Sebastian Ortega

CEO Grit Invest

Doctor en Dirección de Empresas y Máster en Dirección de Empresas de la Universidad del CEMA, con especialización en Fusiones y Adquisiciones en la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard (EE.UU.) y especialización en Value Investing en la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia (EE.UU.)
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