El 2015 fue un año tranquilo para los mercados. No hubo sobresaltos para arriba ni para abajo. Cada día presentaba una renovada posibilidad de encontrar oportunidades de inversión, sea en la bolsa o en compañías privadas. Pero desde la primera hora del 2016, todo el escenario cambió: los rumbos que tomaron China, el petróleo y las tasas de la FED, movieron con fuerza el tablero y los jugadores empezaron a recalcular.
Si un inversor no tiene clara su estrategia o no sabe cómo manejarse en tiempos de crisis, es mejor no hacer nada. Pero… ¿por cuánto tiempo?
Imagínese que hace un cuidadoso análisis y llega a la conclusión que la turbulencia podría durar unos 9 meses, y decide que en el mediano plazo no va a invertir. Pero usted se armó la rutina de hacer el seguimiento a las acciones, de leer las noticias, de buscar cada día la forma de estar un poco mejor (sino, ni siquiera se hubiera molestado en invertir sacrificando dinero que podría gastar hoy).
Entonces empieza a pasar el tiempo. Un mes. Dos meses. Se pregunta si los precios ya están suficientemente baratos como para volver a invertir. Siente que la vida no es para siempre y empieza a perder la paciencia. Ve que muchos de los activos de su cartera están en rojo, que sus inversiones valen menos que el año anterior, y se esperanza con que vuelvan a subir pronto. Ahí empieza a imaginar cómo aprovechar mejor el rebote: empezar a comprar activos con la cuenta de margen (dinero prestado), vender acciones de empresas a las que no le fueron tan mal para comprar otras a las que les fue peor (esperando capitalizar un rebote más agresivo), y otras ideas que van emergiendo a medida que su impaciencia se agiganta.
Pero los inversores expertos lo advierten: nuestro cerebro está diseñado para encontrar patrones en todo lo que vemos, incluyendo el tiempo y la forma en que nos vamos a recuperar de una crisis. Esto, normalmente, responde más a nuestros deseos que a un riguroso análisis, ya que, como lo comentamos en otras oportunidades, las situaciones que dependen de muchas variables son casi imposibles de predecir. Sabemos que en algún momento la crisis se superará, pero no sabemos cómo ni cuándo.
Warren Buffett suele decir que “las acciones no saben que las hemos comprado”. Para nosotros sería ideal que suban después que las compramos y que bajen inmediatamente después que las hayamos vendido. Pero esto no es posible. Ante movimientos contrarios a los de nuestra preferencia, lo mejor es simplemente tener más paciencia y seguir confiando en la decisión que tomamos.
Para poder implementar el plan, los inversores suelen volcar la atención en otra parte. Aprenden acerca de nuevos modelos de negocios, ajustan sus estrategias de largo plazo, se toman vacaciones, escriben sobre algo no relacionado al día a día, etc. El principal desafío del inversor no es encontrar acciones baratas, sino dominar sus emociones para tomar las mejores decisiones, ya sea para comprar/vender, o para no hacer nada ante una tormenta. El famoso “esperar y ver” (wait and see) es una de las cosas más difíciles de implementar para quien está acostumbrado a la actividad, aún cuando es la mejor solución ante los peores consejeros: los impulsos.
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