La tecnología avanza constantemente dándonos una mejor calidad de vida (bueno, en algunos casos) pero a la hora de aplicarla a las inversiones, no solo no ayuda, sino que hasta puede empeorar el potencial humano.
Hace poco hablamos de Ray Dalio, el fundador del fondo de cobertura más grande del mundo, que este año viene perdiendo un 6% por haber apostado a una baja en los mercados que hasta ahora nunca se produjo.
Como podrá imaginarse, si alguien en este mundo tiene presupuesto e interés en desarrollar tecnología para analizar los mercados y tomar mejores decisiones de inversión, ese es Bridgewater Associates, el fondo del amigo Dalio, que maneja USD 160 mil millones de dólares.
Pero él y justo él, que se jacta de su poder con sus 1700 profesionales y 37 años de experiencia, decidió REGALAR todas sus “recetas de inversión computarizada” a empresas de Silicon Valley que puedan darle un mejor uso o incluso aportar ideas para mejorarlas. Las empresas no regalan aquello que les da una ventaja sobre las demás; por el contrario, lo mantienen bajo llave o lo patentan. Pero podemos sospechar que su tecnología no le ha servido de mucho, ya que uno de sus históricos fondos, el Pure Alpha Major Markets, fundado justo en el inicio del segundo período alcista más largo de la historia (1991), posee un rendimiento anual promedio de 12,5% según Bloomberg. Nada extraordinario.
A lo largo de los últimos años, han nacido muchísimos emprendimientos con el sueño de crear una tecnología que pueda invertir automáticamente y obtener ganancias superiores que los humanos. Le cuento dos caso que me llamaron la atención:
Por el año 2011, dos estudiantes del doctorado en matemáticas de la Universidad de Stanford, Vladimir Tenev y Baiju Bhatt decidieron crear un sofisticado software para invertir en la bolsa analizando un gran volumen de información y con la capacidad de reaccionar más rápidamente que cualquier otro sistema conocido hasta entonces. Imaginaron que los grandes fondos de inversión como los de Dalio, estarían interesados en gastar al menos algo de sus miles de millones de dólares para comprar una tecnología que mejore sus beneficios o al menos reemplace el trabajo humano. Pero el emprendimiento no anduvo bien. No hubo forma de convencer a los inversores profesionales de que eso pudiera servirles. Después de varios intentos frustrados, los jóvenes desecharon la idea, pero en el camino aprendieron bastante.
Como resultado, en 2013 decidieron dar un giro al proyecto con una astuta visión de negocio y se enfocaron en atender las necesidades de un tipo de cliente mucho más rentable, dispuesto a pagar aún si no tiene una idea clara de cuánto le conviene el producto le que ofrecen. O mejor aún, uno que ignora lo suficiente como para sobreestimar su chances de ganar y apueste su propio patrimonio en ello. Este tipo de cliente padece de lo que se conoce como Efecto Dunning-Kruger que es un “sesgo cognitivo, según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, midiendo incorrectamente su habilidad por encima de lo real”. Aprovechando este “defecto”, los dos amigos de Stanford crearon un broker orientado al inversor jóven e inexperto, permitiéndole comprar/vender acciones de empresas que cotizan en la bolsa de valores “sin comisiones”. A este broker lo bautizaron RobinHood.
¡Y esta vez no fallaron! No sabemos si los jóvenes clientes ganaron algo de dinero (algunos estudios sugieren que tienen años mejores y años peores), pero lo que sí sabemos es que el negocio de RobinHood es todo un éxito: el broker vale hoy unos USD 7 mil millones y los fundadores son algunos de los jóvenes más ricos del mundo (tienen hoy USD 1300 millones de dólares cada uno a sus treinta y pocos años de edad). En torno este fenómeno, escribimos el artículo llamado “El entretenimiento más caro del mundo” donde analizamos una conversación en la cual el fundador de uno de los brokers más grandes de Estados Unidos explicaba cómo atraía más clientes y cobraba más comisiones explotando el costado “lúdico/jugador” que tiene cada persona, presentando a las inversiones como apuestas deportivas. Le recomiendo volver a leerlo.
Otra interesante iniciativa fue la de Quantopian, un sitio que permite que cualquier inversor o programador de computadoras comparta su “receta para invertir automáticamente en la bolsa”. Las “recetas” (llamadas “algoritmos”) más rentables reciben premios. Luego el sitio ofrece estas “recetas” a los grandes fondos de inversión quienes compartirán con los autores las ganancias obtenidas con ellas. La finalidad del sitio es acumular todas las “recetas” posibles para combinarlas y encontrar una “receta ideal” o “receta ganadora”.
Quantopian fue fundado en 2011, recibió más de USD 50 millones de financiamiento para desarrollar la plataforma, tiene 230.000 creadores de “recetas” que han hecho más de 9 millones de testeos de “recetas”, pero sin embargo, todavía no ha podido encontrar ninguna “receta ideal” o “receta ganadora”.
Existe un fondo que se auto-promociona como el más rentable de todos y que, según dicen, habría conseguido un promedio de 35% anual en un período de 20 años, a partir de complejos modelos matemáticos. Curiosamente, esa información no es chequeable. Es una especie de fondo experimental que solo está disponible para los empleados de la empresa que lo creó, Renaissance Technologies, fundada por el matemático James Simons. Nadie sabe muy bien en qué invierte (tal vez realice inversiones que están disponibles al público general o tal vez no) ni cómo calcula sus retornos. Ni siquiera es posible comprobar si algo de eso es verdad.
Por lo tanto, si alguien le ofrece una inversión basada en software, inteligencia artificial, sofisticados algoritmos o modelos matemáticos, con rendimientos superiores a los de Dalio, por ejemplo, más del 12,5% de promedio anual, existen dos posibilidades: o bien de alguna manera le están ofreciendo participar en el misterioso fondo de James Simons, o bien la probabilidad de que el fondo o receta alcance los rendimientos prometidos en el largo plazo es similar a la probabilidad de que exista Papá Noel (se sorprendería de saber cuántos adultos todavía hoy creen en Papá Noel en el ámbito de las inversiones).
La idea de ganar con inteligencia no-humana, forma parte de la fantasía popular tal como las antiguas búsquedas de tesoros escondidos en lugares secretos, que solo podían encontrarse decodificando una serie de pistas encriptadas o que solo unos pocos elegidos conocían. Hoy podemos saber que en el mundo de las inversiones no hay tal tesoro, aunque no podemos asegurar si es porque todavía no lo encontraron, o porque es imposible que exista.
Por lo pronto, quienes están conscientes de los magros resultados pero siguen defendiendo las inversiones mediante “recetas automáticas sofisticadas-inteligentes-matemáticas-creadas por aliens” suelen justificar que al menos evitan que los inversores pierdan dinero debido a los “errores humanos no forzados” como vender arrastrados por el pánico o comprar empujados por las esperanzas.
¿Es esto realmente así? Le cuento a continuación.
Con amigos como estos… ¿quién necesita enemigos?
En la década del 80, los brokers ofrecían un exclusivo servicio “inteligente” llamado “Seguro de Cartera” con el que le prometían a los inversores que, pase lo que pase en los mercados, sus pérdidas nunca serían mayores a, digamos, un 3 o 4%. Por entonces se hacía mucha promoción y se vendían costosos cursos sobre “Estrategias con Carteras Aseguradas”. Así, el inversor se convenció que con este servicio el único resultado posible para sus inversiones sería “ganar y solo ganar”, aunque no sabía muy bien cómo funcionaba el “seguro” ya que todo era “muy sofisticado”.
El servicio empezó a popularizarse. Los inversores “aseguraban sus carteras” para luego salir a hacer apuestas muy arriesgadas, total… no podían perder.
Sin ningún cambio en los fundamentos de las empresas, los mercados subieron un frenético 44% en los primeros 9 meses del año 1987, hasta que el lunes 19 de Octubre, una pequeña baja fue suficiente para disparar el “seguro” de algunas carteras.
El famoso “seguro” no era otra cosa que utilizar computadoras para detectar cuando alguna cartera comenzaba a bajar y salir a rematar todo lo que allí hubiera al precio que sea, tan rápido como fuera posible. Cuando las primeras “carteras aseguradas” salieron a vender en masa, empujaron los mercados todavía más hacia abajo, disparando el seguro de más y más carteras, generando un efecto dominó. En cuestión de minutos los mercados estadounidenses en su totalidad perdieron casi un cuarto de su valor: -22,61%, pero los inversores que tomaron muchos riesgos, ej, con apalancamiento, por tener “carteras aseguradas” llegaron a perder más del 50%. Ese día quedó en la historia como el Crash del ‘87 o el Lunes Negro.
En la actualidad, ese servicio de “Cartera Asegurada” sigue existiendo y se lo conoce como “Stop-Loss” o “Corte de Pérdidas” (parece que el nombre anterior traía malos recuerdos), y sigue induciendo a los inversores a correr riesgos injustificables creándoles una falsa sensación de seguridad: creen que podrán salirse a tiempo con una pérdida mínima si las cosas no salen como fueron planeadas.
Así, muchos lograron animarse a invertir en la tentadora bolsa argentina confiando en que no podían perder más de 5% gracias a que tenían sus carteras “aseguradas” con “Stop-Loss”, hasta que el lunes 12 de Agosto, los mercados abrieron directamente un 48% abajo, sin escalones intermedios. Los inversores vieron cómo sus carteras “aseguradas” remataban activos con un 60% de pérdida, es decir, un 55% menos de lo que tenían previsto o le habían prometido.
Frecuentemente veo en foros y redes sociales, que alguien le pregunta a un Asesor Financiero:
– “¿Recomendarías comprar la acción ‘YYY’?”, a lo que el Asesor Financiero responde:
– “Si. Es atractiva, pero también riesgosa. Podés comprar ‘YYY’ siempre cuando tengas la precaución de usar stop-loss”. Lejos de ser una recomendación prudente, yo veo justo lo contrario, algo así como “Si, meté tranquilo la mano en la boca del cocodrilo para agarrar esa moneda. Puede que éste no la cierre y ganes. Pero si ves que empieza a cerrar la boca, sacá la mano rápido”.
Amigo inversor: Si usted tiene la mala suerte de meter la mano en la boca de un cocodrilo rápido de movimientos, hay altísimas chances de que no pueda sacar la mano a tiempo, y basta un solo error de esos para que usted quede con cicatrices por años (me refiero a su bolsillo). El “Stop-Loss” es una protección inútil ante la incapacidad de juzgar el riesgo. Si realmente quiere salir ileso de los problemas, procure simplemente no meterse en ellos.
¿Nunca se preguntó porqué Google, que tiene la mejor Inteligencia Artificial del planeta y puede “adivinar” lo que queremos buscar antes de que lo busquemos, no usa su capacidad para ganar en la bolsa? ¿o por qué el mejor inversor de la historia no usa ni una sola computadora para invertir?
Google (refiriéndome a Alphabet, la compañía madre) podría dejar de complicarse la vida con los más de 100.000 empleados y sus varias decenas de productos, si usara su poderío informático y sus mentes brillantes, para hacer un software que invierta solo y luego les reparta las ganancias a los dueños. Sin embargo, a pesar que tiene la presión por maximizar sus ganancias como toda compañía, invierte sus recursos en otras cosas.
En el extremo opuesto a Google, se encuentra Berkshire Hathaway, la compañía de inversiones más grande del mundo, cuyo valor de mercado es comparable al de Google, pero donde el 90% de las decisiones son tomadas por una única persona de 89 años, que todavía lee el diario en papel, usa un teléfono móvil “no-inteligente” (solo sirve para llamadas) de USD 20 (aunque es el mayor accionista de Apple), y la única computadora que tiene la usa principalmente para jugar al Bridge por internet.
Berkshire viene ganando un 20,5% anual promedio durante los últimos 54 años haciendo que el record en el largo plazo lo siga teniendo un ser humano y no una computadora. Ni Dalio, ni los fundadores de RobinHood, ni Quantopian, ni ningún fondo comprobable de James Simons han podido cambiar eso.
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