A pesar que muchas veces creemos actuar como verdaderos inversores, nuestras propias experiencias nos muestran que actuamos como meros practicantes más de lo que creemos. Esto es tan peligroso, que a veces las instituciones trabajan para defendernos de nosotros mismos, aún sin siquiera percibirlo. Lo que parece una traba burocrática, es en realidad, nuestro salvavidas financiero.
Los inversores profesionales siguen estrategias de inversión que son muy simples de decir, pero muy difíciles de hacer. Por ejemplo: “Compra cuando todos venden, y vende cuando todos compran”, “Concéntrate en el largo plazo. No tomes demasiado en serio los vaivenes del corto plazo”.
Por otro lado, a la hora de evaluar una inversión, ponemos el foco en el largo plazo. Si la empresa es de aceptable para arriba, es muy probable que en el largo plazo de buenos frutos. Aún sabiendo eso, muchas veces sobredimensionamos los efectos en el corto plazo sintiendo exaltación/euforia si una inversión repunta, o ansiedad/miedo si baja, llevándonos, como es de esperar, a actuar de forma contraria a nuestros propios intereses.
Lo que suele ocurrir en estos casos, es que ignoramos que la práctica es bastante más complicada que la teoría, y muchas veces lo aprendemos de la peor manera: perdiendo y mucho.
¿Cómo hacer para evitar que los problemas se vuelvan serios? Yo diría sin dudar: APRENDER! No sólo me refiero a capacitarse, sino a dedicar tiempo y dinero invertir en forma controlada, registrando las sensaciones de ganar y perder a medida que se va desarrollando el carácter de cada uno. Aún así, hay personas que creen conocerse bien, y se lanzan “sin red” a invertir gran parte de lo que tienen. Estas personas, ignoran lo que ignoran.
Para estos casos, Estados Unidos tomó una determinación drástica: ciertas inversiones simples, como las de invertir en la bolsa, están al alcance de cualquiera que cumple unos requisitos mínimos. Pero las inversiones más sofisticadadas, como la de invertir en empresas privadas, se restringen a personas que tengan un patrimonio de más de USD 1 millón o USD 200 mil de ingresos anuales. A estas personas se las define en EEUU como “Inversores Acreditados” (ver explicación de Investopedia) y suponen tener capacidad suficiente para involucrarse de lleno en inversiones no tan triviales, como es el caso de las inversiones en empresas privadas.
No concuerdo con que el patrimonio de una persona determine su nivel de sofisticación. ¿Quién puede afirmar que sólo quien tiene un alto patrimonio sabe lo que está haciendo? Además, ¿Cómo hacen las personas para alcanzar su primer millón de USD si las inversiones de mayor potencial quedan fuera de su alcance? Sin duda esta es una posición cuestionable (y de hecho está en vías de revisión), pero sí es entendible que este criterio evita un mal mayor: que muchos practicantes se perjudiquen a sí mismos.
Usted, ¿Qué criterio usaría para determinar si una inversión es apta para una persona? ¿Qué le gustaría poder hacer a usted, y que hoy no está pudiendo?
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