Por estos días, probablemente haya sido difícil para cualquier argentino no sentirse abrumado por las noticias sobre la suba del dólar y la vuelta al Fondo Monetario Internacional (FMI). Muchas personas asocian estos acontecimientos con crisis anteriores y eso les da motivos suficientes para perder la calma.
Hace apenas unas semanas, los inversores estaban pendientes de la aprobación de la Ley de Mercado de Capitales para saber si finalmente Argentina podría ser considerado país emergente por el MSCI y que eso impulse las tan esperadas inversiones. Pero justo cuando eso ocurre…¡záz! el Merval (índice de la bolsa de valores local) baja un 14% por algo que no tenía nada que ver. No hubo respiro. De repente, la gente empezó a temer por un nuevo “corralito” (situación en la que se limita la posibilidad de extraer dinero de las cuentas bancarias), a preocuparse por si tienen que “dolarizar sus carteras” (pasarse a inversiones en dólares) o si el gobierno lograría renovar los vencimientos de Lebacs. Los temas se volvieron complejos de repente y el único factor común entre ellas era el estrés.
Mientras tanto, dos días atrás tuve la curiosa experiencia de participar en una reunión de negocios en la que nadie sugirió ninguno de los temas que entonces ocupaban los titulares de los diarios. En realidad, me di cuenta de este detalle cuando ya había pasado una hora y media de reunión. La conversación giraba en torno a cómo invertir en energías renovables, en los autos eléctricos, y hasta en inteligencia artificial. Eran muy interesantes y los participantes ofrecían opiniones muy calificadas. Cada uno de ellos había logrado cierto éxito en su ámbito y poseía sólidos conocimientos en diversas áreas, pero se hablaba mucho del futuro y nada del presente. La reunión parecía estar totalmente alejada de la realidad… como si estuviera ocurriendo en otro planeta.
Cuando llegó el momento del café, fui yo quien disparó la pregunta:
– ¿Vieron a cuánto está el dólar?
– Si. Subió mucho -respondió alguien casi de compromiso.
– ¿Y a vos no te afecta? -le pregunté a una persona que se dedicaba a la construcción de edificios.
– No. Siempre me manejé en dólares. Sigo construyendo a un costo de USD 1.500 el metro cuadrado y vendo a USD 3.000.
– ¿Y a vos? -le pregunté a un inversor.
– Tampoco. En verdad, tengo el 99% de mi patrimonio en un fondo de inversión estadounidense. Mi dinero está declarado, me encanta vivir en Argentina, e invierto aquí, pero lo hago a través de un país que me deja dormir tranquilo. Quiero que Argentina crezca, pero en cada crisis, el 90% de las personas pierde casi todo lo que tanto les costó conseguir y se ven obligados a empezar de nuevo, cuando ya no les quedan fuerzas ni tiempo para hacer todo otra vez. Mi padre sufrió el Rodrigazo de 1975, la crisis de Deuda de 1982, la Hiperinflación de 1989, y la crisis de la Convertibilidad de 2001. Es cíclico. Puede volver a caerse todo ahora, y si no, pasará más adelante. Después de ver todo lo que le pasó mi padre, me prometí hacer lo necesario para estar entre el 10% que nunca resulta afectado. Tomé la decisión de invertir afuera cuando nació mi primer hijo.
Sinceramente no supe cómo seguir la conversación. Le había hecho una pregunta sencilla, de las que uno espera una respuesta banal, y su comentario no tuvo nada que ver con las finanzas. Prácticamente, me compartió su historia de vida.
De todos modos, ambos estábamos muy de acuerdo aún sin que él lo supiera. Lo que le pasó fue muy similar a la historia de mi amigo Juan que, estresado por perder con las inversiones, buscó con impaciencia que alguien le enseñe lo que debía hacer, cuando en realidad, terminó aprendiendo que lo mejor era no volver a meterse en ciertas inversiones nunca más. Pero a diferencia del caso anterior, Juan tuvo que padecer las crisis por sí mismo y perder un monto significativo de dinero para aprender la lección (puede ver el caso aquí).
Casos como los de Juan son, justamente, los que intentamos prevenir desde las historias que contamos cada semana. Incluso hace exactamente 1 año, cuando la Argentina era la “niña bonita” de los inversores locales y extranjeros, comentábamos cómo aprovechar las oportunidades que el “prometedor” país ofrecía, pero desde un lugar seguro por si algún día las cosas cambiaban (puede ver el análisis en el artículo Invertir en Argentina desde un lugar seguro).
Pero volviendo al tema de la reunión, me seguía resultando interesante pensar por qué ninguna de esas personas se interesaba siquiera por aquello que era una obsesión para los demás. A primera vista, cualquiera podría sospechar que era solo porque les sobra dinero como para estar preocupados por el FMI. Pero luego de plantear el tema abiertamente, pude entender que implicaba justamente lo contrario: poder decidir en qué temas se preocupan los ayuda a cumplir con sus objetivos tanto económicos como de cualquier otro tipo. Para mi sorpresa, todos eran absolutamente conscientes de lo que estaban haciendo. Le cuento cómo funciona.
El círculo virtuoso del inversor
Nuestro cerebro primitivo tiene una estructura que se desarrolló hace 200 millones de años y tiene un único objetivo: nuestra supervivencia. Cuando tenemos la sensación de estar bajo amenaza (real o imaginaria), nuestro cerebro pone todos nuestros sentidos en alerta para detectar cualquier cosa que nos pueda llegar a lastimar. Incluso prepara a nuestro cuerpo para huir, redistribuyendo la sangre hacia las extremidades (piernas, brazos) para sacarnos urgente del peligro. A esta situación de alerta se la conoce como estrés.
Más recientemente en nuestra evolución, se desarrolló en nuestro cerebro el córtex pre-frontal, que nos da capacidad de pensar más allá de la inmediatez del momento presente, y de regular los impulsos de nuestro cerebro primitivo de acuerdo a las circunstancias. Gracias a esto, podemos llevar a cabo objetivos complejos de largo plazo que implican sacrificios hoy en pos de estar mejor mañana, como por ejemplo, dejar de comer algo que nos gusta para estar saludables (dieta), o dejar de disfrutar dinero hoy para tener más en el futuro (inversión).
Pero ante situaciones de miedo, el estrés bloquea el córtex pre-frontal, impidiendo así que podamos pensar más allá de lo urgente y preparándonos entonces para una eventual huida. Todo esto es para asegurar nuestra supervivencia.
Por tanto, quien padezca estrés, estará limitado para definir objetivos, evaluar los problemas en perspectiva y, peor aún, no podrá identificar oportunidades. Se verá frágil ante los vaivenes económicos, y será arrastrado, muy probablemente, a un terreno de más estrés, generando así un círculo vicioso.
Mientras tanto, quien logre mantenerse fuera del estrés, podrá definir sus objetivos con mayor claridad y mantener la disciplina necesaria para alcanzarlos. Sabrá discernir lo bueno y lo malo en función del largo plazo y podrá identificar oportunidades. Quien logre sus objetivos, probablemente pase a estar en mejor posición para sobrevivir a cualquier otra situación de crisis con más facilidad, generando así un círculo virtuoso.
Lo que había logrado el curioso grupo que estaba conociendo, era evitar, a conciencia, los temas que les provocaban estrés. Conocían en profundidad cómo funcionaba el cerebro de las personas y se habían puesto de acuerdo en no discutir los temas de actualidad. Basta con que solo una persona descargue su estrés frente al resto para contaminar los ánimos de la reunión.
Pero la decisión que tomaron estas personas no se limitaba solo a lo que hablaban. También lo aplicaban a lo que hacían individualmente. Cada una de las respuestas, la del constructor y la del inversor, reflejaba el resultado de años de trabajo en donde cada uno fue evolucionando hacia situaciones en donde efectivamente se veía menos afectado por el dólar o el FMI. Ninguno llegó ahí por casualidad: el inversor del que hablamos empezó a invertir de un modo más evolucionado que el de su padre para no perder en las crisis. Se fue adaptando al contexto para sobrevivir. Esto es lo que se conoce como la “supervivencia del más apto”, y tiene que ver con que los seres más evolucionados son aquellos que mejor se adaptan al medio que los rodea, tal como lo describió Herbert Spencer y Charles Darwin, quién asestó:
No es el más fuerte de las especies el que sobrevive, ni tampoco es el más inteligente. Es aquel que es más adaptable al cambio.
Así como nuestro cerebro ha evolucionado en los últimos 200 millones de años para sobrevivir a un entorno cambiante, las conductas de los inversores inteligentes han evolucionado para sobrevivir a las crisis. Lo que viví antes de ayer, no era una reunión de gente aislada de la realidad, era la evidencia de que los grupos también habían evolucionado.
La mejor manera de enfrentarse al dólar y al FMI no es intentando predecir lo que va a suceder, eso es una batalla perdida. La mejor manera, entonces, es evitar estresarnos por lo que no podemos cambiar para enfocar nuestras energías en lo que sí podemos hacer para estar mejor mañana.
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