Cuando tenía 22 años, tuve mi primera gran diferencia con mi papá. Resulta que él y mi mamá tenían una cuenta con dinero de la familia en plazo fijo y yo tenía mi propia cuenta, en el mismo banco, con mis propios ahorros. Vivíamos todos juntos con mi hermano en la casa en que nacimos en La Plata. A pesar de la diferencia de edad, hablábamos y coincidíamos en temas de ahorro e inversión, hasta que un día me dijo, inesperadamente, que había decidido retirar del banco todo el dinero de la familia.
Para mí era imposible entender lo que mi papá había decidido. Recuerdo que el banco me daba nada menos que un 12% anual en dólares (en épocas en donde un peso era igual a un dólar). Yo ya había hecho mis cálculos: a esa velocidad duplicaría mis ahorros en apenas 6 años (y mucho antes si seguía agregando dinero), me alcanzaría para comprarme las cosas que siempre había querido tener, y hasta podría llegar, en algún punto, a mantenerme sin tener que trabajar demasiado antes de cumplir mis 30 años. Lo tenía todo planeado, no podía retirarme justo en el momento en que las tasas estaban más altas que nunca. “No entiende”, pensé. Estaba realmente ansioso por mostrarle que, a pesar de mi temprana edad, podía tomar mejores decisiones que él, que yo venía con una mentalidad diferente y moderna, que era capaz de entender las nuevas oportunidades. Quería enseñarle que el mundo de entonces ya no era aquél en el que él había crecido, que él necesitaba adaptarse, porque mi generación había nacido con todo aquello de lo que la suya carecía.
Casi un año más tarde, cuando esa situación había quedado en el olvido, el gobierno argentino anunció que el peso y el dólar ya no valdrían lo mismo. Que quien tenía dólares, iba a recibir pesos devaluados (justo días después que un presidente declarara públicamente que “el que depositó dólares, recibirá dólares”). A cambio de los ahorros que junté con años de esfuerzo, me dieron un bono. En otras palabras, el gobierno tomó prestado mis ahorros sin pedirme permiso y me dio a cambio una promesa de pago.
Esa fue una de mis primeras lecciones de inversión. Lo que ocurrió no solo me hizo admirar su decisión y su valentía por retirarse justo cuando las tasas estaban en su mejor momento, sino que además me hizo valorar todo el esfuerzo que hizo por protegerme, respetando siempre mi decisión de hacer exactamente lo contrario.
Nunca voy a olvidar su capacidad de enseñarme que el amor entre padre e hijo puede seguir creciendo aún en el disenso. No quisiera haber estado en sus zapatos, intentando ayudar a un joven necio que cría saberlo todo, cuando en realidad ignoraba todo lo que ignoraba. Hoy, justo hoy, se cumplen 13 años desde su fallecimiento.
Conviviendo con los millenials
Se conoce como Millennial a la generación de personas nacidas sobre el final del milenio pasado (muchos de los cuales hoy tienen 22 años, como cuando yo hablé con mi papá), en un mundo que ya había adoptado a internet y a la telefonía móvil como parte de la vida cotidiana. Se caracterizan por tener orientaciones políticas más liberales, gran conciencia social, preferencia por la organizaciones sin estructuras jerárquicas y un toque narcisista que explica su buena relación con las redes sociales.
Hoy los millennials representan un grupo pujante entre las personas que están invirtiendo en la bolsa de valores y sus decisiones ya pesan en los mercados.
En los últimos días, el broker estadounidense E*Trade publicó el resultado de una encuesta propia donde muestra las expectativas de inversión de sus clientes separados por rangos de edad (vea la tabla debajo).
Lo característico, es que el 31% de los millennials tiene pensado comprar más acciones que las que hoy tiene. Mientras que esa cifra es de solo el 9% entre los mayores de 55.

El jefe de estrategia de inversión de E*Trade, Mike Loewengart, declaró que esto se debe a una combinación de factores. Un reciente artículo de Yahoo Finanzas reveló que, si bien los millennials fueron testigos de las crisis que tuvieron que afrontar sus padres, tienen la ventaja de haber comprobado que todas tuvieron una recuperación. “Para muchos en ese rango de edad, mantenerse fuera de las inversiones mientras el mercado rompe récords, es algo que no toleran. Y con el horizonte de tiempo con el que cuentan, saben que tienen tiempo de recuperarse de cualquier pérdida causada por una corrección de mercado”, declara Loewengart.
En el mercado de valores conviven distintas generaciones, con distintos horizontes de inversión y perfiles de riesgo, tal como sucede con los integrantes de una familia en el seno de un hogar. Y como en toda familia, los mercados generan su clima a partir de la interacción que les exige la convivencia: alguien que compró una acción por un día, puede vendérsela a alguien que la compra por 10 años, o alguien que compró una acción por entusiasmo, puede querer venderla después por sus fundamentos. Y así funciona.
Hablando de esta convivencia, hace poco fuimos testigos de uno de primeros enfrentamientos entre generaciones a causa de una acción. Allá por marzo de este año, salió publicado un artículo del Wall Street Journal informando que el 43% de lo usuarios de Robinhood, un broker online pensado para millennials, había comprado acciones de Snapchat el día que salió a cotizar en la bolsa de valores. Había buenas razones para ello: los millennials conocían las buenas perspectivas de la empresa por ser una de sus aplicaciones favoritas. La acción creció increíblemente en sus primeros dos días. Sin embargo, los fundamentos no acompañaron y al día de hoy Snapchat viene cayendo un 50% desde entonces. El precio de la acción, tanto para la suba como para la baja, es el resultado de este choque. Nada diferente a una convivencia familiar.
Aquella diferencia con mi papá se transformó en una valiosa lección de inversión, aunque para ello tuve que atravesar un muy mal trago. Tal vez si él hubiera conseguido protegerme de ello para que no me duela, yo no hubiese aprendido algo que me sirvió para formar mi personalidad como inversor. Nada distinto a la experiencia que vivieron los millennials cuando compraron acciones de Snapchat a USD 27, aunque después haya caído a USD 14. No importa cuánto hayan perdido, tienen toda una vida para capitalizar la experiencia.
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