Cuando algo nos sale bien, tendemos a atribuir el éxito a nuestras cualidades internas como la inteligencia, la fuerza o el carácter. Cuando algo nos sale mal, tendemos a atribuir los fracasos a circunstancias externas como la mala suerte o la desventaja. Vemos lo que queremos ver y nos imaginamos nuestras vidas como historias en donde siempre somos los héroes. Sin embargo, a veces convivimos con ideas equivocadas que solo nos atrevemos a juzgar cuando empezamos a padecer sus desafortunadas consecuencias.
Ocurre que cuando nacemos tenemos nuestra mente en blanco. No contamos con conocimientos ni habilidades, sino que los vamos adquiriendo a través del aprendizaje, las experiencias y las sensaciones. Esto es lo que en filosofía se conoce como la tabla rasa.
Estas experiencias y sensaciones van formando nuestras ideas acerca del mundo que nos rodea incluso sin tener conciencia de ello. Si algo nos lastimó alguna vez, lo consideramos como peligroso. Si algo nos protegió alguna vez, lo consideramos como seguro.
De esta forma, muchos les asignamos un enorme sentido de protección y seguridad a nuestra propia casa. Ese lugar que nos resguardó desde chicos cuando no podíamos valernos por nuestros propios medios, al que volvemos cada día, y al que de grandes elegimos para darle un hogar a quienes más queremos.
Todo esto se inscribe en cada una de nuestras tablas rasas como ideas incuestionables y a la hora de invertir, nos vemos inevitablemente influenciados por estas ideas para considerar que las inversiones en propiedades son las más seguras del mundo.
“Siempre están allí”, “Se pueden ver y tocar”, “El ladrillo es sólido”, “Siempre se ha apreciado” suele escucharse entre quienes se vuelcan incondicionalmente a las inversiones inmobiliarias. Si algo es seguro y crece a buen ritmo, ¿Existe mejor inversión que esa? Aparentemente no. No hay razón para temer. Nada podría salir mal con algo así.
Sin embargo, en el año 2008, no solo fuimos testigos de una crisis inmobiliaria sin precedentes, sino que además tuvimos que aprender que hasta las cosas más seguras, a veces no lo son tanto. No me refiero a la función de la casa como lugar de protección, sino a la vulnerabilidad de sus precios. El índice de Case-Shiller que mide los precios de las casas en Estados Unidos, tuvo su pico de 198 en el año 2006 y bajó hasta 114 en 2012, reflejando una caída del 42% para las propiedades a lo largo de 6 años. Las inversiones en inmuebles, no necesariamente tienen las mismas cualidades que los propios inmuebles.
Muchos de quienes pensaron que los precios de las propiedades nunca podían bajar, quedaron con deudas hipotecarias y casas rematadas por sus bancos.
Años más tarde, cuando pensábamos que eso ya no podía volver a ocurrir, volvemos a ser testigos de cómo algo que suele ser considerado seguro, tampoco lo es tanto.
El maestro de lo seguro tiene problemas
Los bonos han sido siempre considerados como inversiones seguras. Un bono es un instrumento que representa un préstamo. Quien lo emite (ya sea un país o una empresa), recibe dinero en forma de préstamo que debe devolver junto con intereses. Quien lo compra, es un inversor que desde el primer día conoce cuánto va a ganar y en qué tiempo. Es muy simple. Tan simple, que hasta resulta aburrido.
Los inversores más conservadores tienen gran parte de su cartera en bonos. Quienes compran bonos saben que obtendrán rendimientos más bajos que con las acciones, pero a cambio reciben seguridad, estabilidad y certidumbre.
Sin embargo, esto no siempre se cumple.
Muchos bonos cotizan en los mercados de valores, tal como ocurre con las acciones, por tanto suben y bajan de precio en función de las expectativas (y emociones) de los compradores y vendedores.
Esto quiere decir que si un inversor compra un bono “caro”, puede perder dinero cuando baje de precio.
Parece ilógico que alguien pueda perder dinero con bono del que conoce cuánto va a ganar y en qué tiempo. Probablemente usted piense que solo los novatos o distraídos pueden caer ante tan irrisoria situación. Bueno, no es tan así. No solo le pasa a los más atentos, sino también al “rey de los bonos”.
Bill Gross es el fundador de PIMCO, una de las mayores administradoras de fondos del mundo dedicada a inversiones en bonos, que hoy a maneja activos por USD 1.77 billones. Por el año 2014, cuando la empresa “apenas” manejaba USD 270.000 millones, Gross renunció a la organización que fundó, para sumarse a las filas de otra administradora: Janus Henderson. Desde allí, se hizo cargo de un nuevo fondo de inversión dedicado a bonos.
Aunque parezca difícil de creer, a la fecha de hoy el fondo de Gross viene perdiendo un 7% solo en 2018 mientras que las acciones de las empresas norteamericanas agrupadas en el S&P 500 vienen ganando un 6%.
Sus inversores están más que molestos. Tal es así, que en lo que va del año ya le quitaron la mitad del dinero que le dieron en administración. El propio CEO de Janus Henderson lo criticó diciendo que el “rey de los bonos” ha estado estado haciendo las cosas “mal y malamente mal” este año.
Pero la baja de precio, no es el único riesgo que corre quien invierte en bonos. Exista la posibilidad que la empresa o país se encuentre algún día sin dinero suficiente como para devolver el dinero del préstamo. En estos casos, el precio del bono puede bajar entre un 80 o 90% de manera drástica aniquilando por completo el valor de la cartera del inversor.
Quienes recuerden aquel 24 de Diciembre del 2001 cuando Adolfo Rodríguez Saá declaró en el Senado de la Nación que Argentina no pagará la deuda externa, sabrán que estaba refiriéndose a no devolver el dinero que el país recibió prestado. Quienes tenían bonos argentinos, debieron aprender que lo “seguro”, fue seguro mientras duró.
En los últimos días, los bonos argentinos fueron nuevamente castigados por la reciente crisis cambiaria y por el incierto futuro de la economía a partir del año 2020.
Hoy, los bonos argentinos tienen rendimientos superiores al 10% en dólares. Sin dudas es una oportunidad demasiada atractiva para una inversión segura, estable y cierta. Es tan atractiva, que los economistas se pelean por saber si está realmente “barata” o si refleja el riesgo de que Argentina vuelva a incumplir con su deuda en los próximos años.
En cualquier caso, recuerde que la seguridad es una necesidad primaria. Buscamos tanto la seguridad, que a veces la vemos donde no está. A veces creemos que algo es seguro porque lo asociamos con alguna idea que aprendimos cuando todavía no teníamos la capacidad de juzgarla. Así hemos pensado siempre sobre las casas o los bonos. Pero en estos días nos toca volver a aprender que lo seguro es seguro, hasta que deja de serlo.
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